La Divina Tentación
De Cataratas nunca se vuelve. EI fluir del agua, su ruido y el aire que se embebe a lo largo del recorrido del Iguazú queda registrado en la piel de tal manera que desafía a los otros miles de lugares del mundo a superar el recuerdo. A ver quién se anima a lograrlo.
Desde el avión, Misiones se presenta dibujando un manto con diferentes retazos de tierra que coció con gran labor y esfuerzo el clima subtropical sin estación seca de esos pagos. La tierra colorada todo quema y entonces uno entiende que es lógico que Dios no haya encontrado otra forma de apagarlas que mediante el caudal y la fuerza de las Cataratas.
Grandes, inmensas, salvajes, intangibles desde el cielo se ve como a la Argentina, le han clavado un puñal y en vez de sangre le sale agua. Entonces ante tal encantamiento, solo es posible creer en leyendas como la que cuenta que una víbora, enojada por no recibir a su doncella, pateó su cola con fuerza rajando la tierra. Mientras que la indiecita, Niapí, huyó con su enamorado y embrujados se convirtieron ella en las Cataratas y él en árbol. Entonces la víbora se vengó: ahora estarían juntos, pero no podrían tocarse.
Universales, argentinas, de nadie.
"Quien lo vive es quien lo goza", resume un colombiano que ha llegado a este paraíso terrenal de forma casual. Primero el silencio, ¿quién se atreve a describirlas?, y luego los ojos se llenan de voluntad para colmar una respuesta. “Big, big, big”, responden dos coreanos al unísono frente a la Garganta del Diablo, el exponente máximo de su belleza. En uno de las saltos más imponentes de sus aguas, el Boscetti, un chileno que está mirando perplejo para arriba con su cara está empapada, ante la pregunta de “qué le parecen”, responde: “Bueno, son lindas. Nosotros también tenemos algo parecido que se llama Salto del Laja".
En el bote de vuelta de La Garganta del Diablo, una inglesa que tiene sus zapatos de taco embarrados, ríe tímida, "They are beautiful", responde austeramente, mientras que unos chicos de Estados Unidos que viajan en grupo bromean: "Pobres Niagara".
Las Cataratas del Iguazú san argentinas, pero por un momento parecen europeas, asiáticas y hasta de Estados Unidos. El paisaje se puebla de extranjeros y en el aire comienza a sentirse un idioma universal. Todos chapucean inglés y quedan pocos resquicios de rebeldía argentina frente a la globalización de este patrimonio mundial, según denominado por La Unesco. Sin embargo, si la alegría es brasilera, la belleza es argentina. Así, dentro de esta pluralidad, la selva misionera las hace suyas y propone plantear sus propias reglas del juego, porque hay una dueña -imbatiblemente mujer- que se las apropia, las engendra y las protege: la naturaleza.
En la selva, nadie condena al puma que hace algunos años se metió dentro del campamento de uno de los guardaparques y se llevó a un pequeño que jugaba con sus hermanos. “Es la ley de la selva", responderán. "Somos nosotros los intrusos”, intentarán explicar. Más tarde lo mataron, pero no por resentimiento, sino porque este animal que no tiene depredadores más que el ser humano, se ceba y ya no se conforma con acuties.
Aunque el Parque Nacional está totalmente colonizado y los animales feroces dan tregua a los viajeros para que conozcan su hogar, el vértigo de adentrarse en la selva no se pierde. La vista se vuelve ansiosa tratando de captar las mariposas morfo, de un color turquesa imposible de imitar en la paleta, y los coaties que aparecen desde el verde, husmeándolo todo y pidiendo comida a los turistas, aunque saben que se les está prohibido.
Las aves son protagonistas de la vida diaria de Cataratas y cada una tiene su propio lugar y su misión en la inmensidad del cielo, el agua y la flora. El bencejo arma sus nidos debajo de las vertientes y atraviesa los saltos sin darle tiempo a las cascadas para que lo mojen, mientras que las garzas prefieren pasear por la orilla y los boyeros se disputan el reinado en la selva, junto a las hurracas. Vagos, como quien opta por lo más fácil, los jotes negros se reúnen en la Ventana, sobre el salto San Martín, a la espera de algún cadáver, que generosamente hayan dejado los animales salvajes. Migajas, disputas y hambre revolotean a la hora de la tarde, cuando los jotes alzan vuelo con los aires ascendentes que los impulsan alto, para tener una mejor vista. Se diferencian en el cielo, las arpías bien blancas, las águilas misioneras que luchan contra la mediocridad y se animan a buscar su propia presa.
Hay 2000 especies vegetales, de las cuales 140 san árboles. Las copas verdes se entremezclan y el desafío es distinguir cada uno de ellos. EI ambay es un microescosistema dentro de la selva: su tronco hueco hace las veces de casa para las hormigas aztecas que se alimentan de un hongo que el mismo árbol produce para que no se coman su pulpa. Todo en auténtica convivencia y magia selvática: nunca el ambay no tuvo hongos, ni a las hormigas les faltó casa.
Los secretos guaraníes que aún perduran en estas tierras tienen que ver con la medicina natural y el respeto por la majestuosidad -indomable- que los engendró. “EI sarandí blanco, un arbusto que crece en el media del río, es ideal para la diabetes y las hojas del ambay san la mejor opción para la tos", cuenta quien guía la lancha hacia la Garganta del Diablo, entre mate y mate, que convida con la generosidad que caracteriza a los depredadores con las aves de rapiña.
EI Sheraton es el único hotel que está dentro del Parque Nacional, desde allí salen los senderos donde se empiezan los circuitos inferior y superior. Conserva la estructura del ex Hotel Internacional y su gente, por eso no es extraño que no sea un eslabón más de la cadena internadonal, sino un lugar que se mimetiza con su entorno y ofrece al huésped la calidez de lo local y el confort de siempre.
Desde las recepcionistas que dan la bienvenida al huésped frente a una imponente vista de las Cataratas, hasta los maleteros, te hacen sentir como en casa. Entre esas personas que comparten leyendas, emociones y vivencias de las "Aguas Grandes”, la que mejor los representa es Ramón Fonseca, el Maitre que convierte las cenas y almuerzos en algo inolvidable.
Siempre atento al acontecer del comensal Fonseca -premiado, varias veces, por su buena atención- está dispuesto a recomendar el mejor vino para acompañar los platos del día, como también para contar la maravilla del sentir misionero. Sus ojos pequeños se pierden en la cara morena y franca, que asiente con la elección de un Chateau Vieux para acompañar un goulach imperdible (obra maestra del Chef Francisco Saraiva). En materia de pescado, no puede disimular su fanatismo por el producto local, el surubí (mejor acompañado por hoja de banana, arroz y morrones multicolores).
Aunque el cuerpo se distiende con sólo escuchar el arrullar que llega desde las Cataratas y increíble de sentir que la típica postal se hizo realidad, nada mejor que Lucy para que el último músculo vibre a la par de la naturaleza. La morena masajista terminó sus estudios en California y no sólo ofrece masajes relajantes y terapéutico, sino que transmite una forma de ver la vida tan esperanzada, que uno cree que sólo es posible haberla entendido con el fluir del agua.
Así también, Mario, el que se encarga del lobby bar a la hora del crepúsculo, regala sonrisas cada vez que puede y hace de su oficio el arte del color, e1 sabor y la sorpresa. Cuenta encantado que el trago Misionera surgió un día cualquiera cuando le pidieron que invente uno para un programa gastronómico que transmitían desde el hotel. Mate cocido frío, licor de menta, vodka, limón y azúcar se entremezclan en la copa alta que los agolpa a todos. Resultado: el argentinismo ideal para despedir la tarde.
Con la vista de la Garganta del Diablo que grita a lo lejos los secretos de la selva, la noche llega al Sheraton y los animales salvajes a la selva. Mientras que en el restuarant, Tomasito, un viejo amigo de la casa, toca "Río de los pájaros" en el arpa durante la cena, no muy lejos de allí los pumas y los yaguaretés se pierden en la oscuridad: es la hora de la cacería.
De las Cataratas no se vuelve, y es cierto. Los sentidos quedan truncados y uno ya no se conforma con lo cotidiano, como quien conoce la felicidad pura, ya no se resigna a la tristeza. Por eso, el fotógrafo que hace años trabaja sacando la misma imagen del Salto Boscetti junto a los turistas, dijo orgulloso: "Después de estar en Cataratas todo parece blanco y negro”.
Es ahí, donde uno pacta con el diablo y deja el alma. Es la única concesión que emana de su Garganta para disfrutar de la belleza más absoluta, el placer más terrenal, el pecado más grande.